¡Viste la tarde sus dorados velos,
Sigue los pasos de su amado el sol,
Que en su nave de nácar y amatista
Se díó a la vela sin decirle adiós! . . .
De sus mantos de oro
Apaga el fulgor
Cuando pierde de vista las velas
De la nave que se lleva al sol.
Llora la tarde a su adorado ausente
Y a las flores les cuenta su ilusión,
Y derrama en sus cálices abiertos
El raudal de sus lágrimas de amor.
Y la tarde llora
Por su amado el sol;
¡Es tan hermoso y ella le ama tanto,
Se hizo a la vela sin decirle adiós!
Triste la tarde acalla los sonidos,
En penumbra se torna su esplendor,
Y se escucha en el valle y en la selva
Cual divina cadencia su oración:
Yo vivir no puedo, Sin mi amado el sol
¡Que su luz es mi aliento de vida
Y entre sus fulgores me aparece Dios!
Mis velos dorados se tornan de luto
Callad avecillas, calla ruiseñor . . .
Y llegue a los cielos la ardiente plegaria
Que vibra en los aires como una canción;
Eterno Infinito Devuélveme al sol
¡Que voy siempre siguiendo sus pasos
Y él se hizo a la vela sin decirme adiós!
¡Venus y Marte y la Luna vieron
Llora la tarde su perdido amor,
Y un concierto de arpas siderales
Tejió cual filigrana una oración.
La plegaria doliente de la tarde
Cuando se esconde en el ocaso el sol
Como a veces se oculta al alma humana
La esplendorosa majestad de Dios!
¡Y llora el alma cual la tarde llora
Y suelta al viento su doliente voz
Cuando ve que en el mar del Infinito
Se va su Amado sin decirle adiós!
Y el Amado torna Como torna el sol
¡Y el alma canta y la tarde ríe En el éxtasis suave del Amor! . . .
POEMA Extractado de la Obra Origenes de la Civilización Adámica, autora Doña Josefa Rosalía Luque Alvarez.-